Wednesday, July 19, 2006

Ajonjolí de todos los moles

Javier Treviño Cantú
El Norte
19 de julio de 2006

La falta de enfoque lleva a los países a ensayar todo tipo de justificaciones. Hasta hace poco era común escuchar que México es "un país de pertenencias múltiples". Por razones históricas, culturales y geográficas, somos parte de América Latina. Por razones geográficas y, cada vez más, por cuestiones económicas, sociales y de seguridad también pertenecemos a América del Norte.

Por la herencia de España tenemos vínculos estrechos con Europa, los cuales se refrendaron con el Acuerdo de Asociación Económica, Concertación Política y Cooperación entre nuestro país y la Unión Europea. Incluso el hecho de contar con un extenso litoral en el Océano Pacífico nos ha permitido desarrollar lazos con Asia a través de nuestra membresía en APEC, el Mecanismo de Cooperación Asia-Pacífico, y del reciente Tratado de Libre Comercio con Japón.

Gracias a nuestra extensión territorial, ubicación geopolítica, tamaño poblacional, nivel de desarrollo económico y al "poder suave" de nuestra cultura, deberíamos ser reconocidos como parte de las llamadas "potencias regionales emergentes". Es una categoría donde entrarían países como Brasil, Rusia, India y China, los llamados "BRIC's".

Sin embargo, en los últimos tiempos, México parece haber perdido su sentido de ubicación en el mundo.

En América Latina hemos dilapidado gran parte de nuestro capital diplomático. Desde hace años hemos tenido fricciones con Brasil debido a una competencia soterrada por el liderazgo de la región. Los fallidos intentos por ingresar al Mercosur se han topado con una pared. A esto se han sumado los roces con otros países de toda la zona, desde Argentina, Chile, Bolivia y Venezuela en América del Sur, hasta Cuba y República Dominicana en el Caribe.

Con Europa hemos logrado mantener relaciones diplomáticas un poco menos conflictivas, pero sin duda igualmente improductivas. A pesar de contar con espacios de maniobra, no hemos logrado utilizarlos para promover nuestros intereses económicos y políticos. Uno de los grandes saldos del actual gobierno, lamentablemente, será la forma en que se desaprovechó un Acuerdo tan amplio como el que tenemos con la Unión Europea.

En Asia, aparte de la buena relación con Japón y de los esfuerzos de acercamiento con Corea del Sur, no hemos sabido aprovechar las oportunidades que ofrece el acelerado crecimiento de China y la India. Son países con los cuales resulta muy complejo negociar, pero hasta ahora la balanza se ha inclinado a su favor, tanto en términos comerciales como de proyección internacional.

Prácticamente en todo el mundo parece existir la percepción de que México en realidad pertenece más a América del Norte que a cualquier otra parte. En muchos sentidos es cierto. Desde que comenzó a operar el TLC con Estados Unidos y Canadá, nuestra economía se ha integrado cada vez más a la de nuestros vecinos. También lo han hecho nuestras sociedades, como lo demuestran las remesas que envían los trabajadores migrantes, e incluso nuestras culturas. Para preocupación de gente como el profesor Samuel Huntington, hoy en casi todo Estados Unidos "se habla español".

El problema es que nuestros socios comerciales no parecen estar convencidos de que en verdad seamos "norteamericanos". A pesar de que se han establecido nuevos mecanismos para impulsar la integración regional, como la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte, la zona sigue claramente dividida en dos, con Estados Unidos y Canadá en un plano relativamente equitativo y México en otro.

La "desubicación global" de México acaba de manifestarse en San Petersburgo, durante la reunión anual del G-8, que incluye a Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Japón y Rusia. En ocasiones se invita a otros participantes, y entre ellos esta vez convocaron a Brasil, China, India, Sudáfrica y, también, a México.

A pesar de que los temas centrales del encuentro eran de la mayor importancia para nuestro país -seguridad energética, control de enfermedades infecciosas y educación-, da la impresión de que México llegó sin agenda al evento. En cambio, el resto de los invitados sí parecen haber aprovechado el escenario.

La India logró que el comunicado de la reunión del lunes condenara los atentados terroristas en Bombay. Brasil hizo duros señalamientos sobre la falta de liderazgo para sacar adelante la Ronda de Doha de la OMC. Sudáfrica planteó impulsar la educación en el continente africano y China insistió en la importancia de que los miembros del G-8 trabajen junto con los países en desarrollo.

Por su parte, México parece haberse limitado a informar sobre los avances de nuestro inconcluso proceso electoral, y a confirmar que el Congreso estadounidense no aprobará una reforma migratoria este año.

Hoy, México ni es miembro pleno del "G-3 de América del Norte", ni está considerado por los integrantes del grupo compuesto por las grandes economías emergentes como parte del mismo, ni tiene esperanzas de llegar a ser incluido en el G-8.

México necesita definir con realismo el lugar que quiere ocupar en el mundo y enfocar todos sus recursos en lograrlo. Si no, únicamente seguiremos tratando de ser ajonjolí de todos los moles.

Wednesday, July 05, 2006

México partido

Javier Treviño Cantú
El Norte
5 de julio de 2006

En una democracia ni se gana todo ni se pierde todo. Sin embargo, como en toda competencia, al final del día hay ganadores y perdedores. Y uno de los actores políticos que más parecen haber ganado con el turbulento proceso electoral que seguimos viviendo son los partidos políticos. Mientras esperamos saber en definitiva quién será el próximo Presidente de la República, ya podemos hacer un primer balance sobre el impacto de la contienda en los partidos.

Por lo pronto, entre los más beneficiados por esta elección se encuentran los partidos considerados como "pequeños". El Verde Ecologista, el PT y Convergencia obtuvieron buenas posiciones en el Congreso a cambio de sus respectivas alianzas con el PRI y con el PRD. Sin grandes esfuerzos, seguirán recibiendo jugosos recursos públicos y contarán con la suficiente visibilidad mediática para mantener la apariencia de que juegan una función verdaderamente relevante.

Por su parte, los dos nuevos partidos en busca del registro definitivo lograron obtenerlo. El evidente liderazgo de la promotora que impulsó a Nueva Alianza y la disciplina que demostró su base electoral fueron determinantes para superar la prueba. Ahora, deberá demostrar si su triunfo tiene algún sentido.

En cuanto a Alternativa, a pesar del desgaste provocado por las disputas internas entre las facciones que lo conformaban, este partido logró articular una plataforma atractiva para un segmento del electorado que se identifica con la llamada "izquierda progresista". Su candidata, y el equipo que la rodea, tendrán la oportunidad de promover las políticas públicas que plantearon durante su campaña y de contribuir a la discusión.

Pero, sin duda, los verdaderos ganadores fueron los tres principales partidos de nuestro peculiar universo político. El PAN tuvo, por lo menos, tres grandes logros. El primero fue recuperarse a sí mismo. A diferencia de lo que ocurrió en el 2000, esta vez su candidato no sólo obtuvo la nominación después de un proceso interno que lo revitalizó, sino que es el abanderado de una de las corrientes ideológicas más afines a los orígenes históricos del partido.

El segundo logro del PAN fue revertir la tendencia perdedora que venía sufriendo a nivel estatal desde 2003. Sus victorias en Jalisco, Guanajuato, Morelos y en alcaldías como las de Monterrey y San Pedro en Nuevo León, le dan un renovado impulso electoral. Por si fuera poco, el PAN se consolidó como la primera minoría legislativa, tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado.

El PRD fue el que más puede haber ganado como partido político en esta elección. Aglutinado en torno a la figura de su candidato presidencial, se reafirmó como una creciente fuerza electoral. Logró superar muchos de los problemas que lo habían distinguido en el pasado, manteniendo una gran disciplina en materia de comunicación y evitando nuevos escándalos. Las diferencias entre sus diversas corrientes y con personalidades como Cuauhtémoc Cárdenas lograron procesarse sin mayores tensiones. Además, confirmaron su abrumadora ventaja en la Ciudad de México, arrasando en la elección para Jefe de Gobierno.

En especial, de confirmarse los datos oficiales preliminares, el PRD logró dar un salto muy importante en el Congreso. Tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado logró elevar su participación a niveles ligeramente por arriba del 29 por ciento. De esta forma, el PRD básicamente duplicó su peso legislativo, con lo que su actuación en ambas cámaras tendrá una mayor trascendencia.

Finalmente, resulta claro que el gran perdedor de las elecciones fue el PRI. Su candidato a la Presidencia no se derrumbó, como algunos anticipaban, pero tampoco logró superar el "techo" electoral en el que lo colocaban la mayoría de las encuestas. Por distintos motivos, ninguno de sus candidatos a las gubernaturas en disputa, a la Jefatura de Gobierno del DF y a las principales alcaldías lograron resultar triunfadores. Lo más grave para este partido es que por primera vez cayó hasta el tercer sitio en las dos cámaras del Congreso.

A pesar de todo, en cierto sentido el PRI también ganó en estos comicios. Por una parte mantuvo una presencia en el Congreso muy significativa, que lo podría ubicar en una posición clave para convertirse en el artífice de los acuerdos que requiere nuestro país. Por la otra ganó la plena certeza de que debe renovarse a fondo si quiere volverse a convertir en una auténtica opción electoral de centro. La decisión está en sus propias manos.

Se ha escrito mucho sobre el papel de los partidos políticos en las democracias contemporáneas. No debería haber duda: los partidos buscan ganar elecciones. Pero ganar elecciones no significa necesariamente apoderarse del Estado. En realidad, el Estado es el que debe adueñarse de ellos y utilizarlos para avanzar, porque la esencia de la política es el debate y los partidos son indispensables para debatir.

La lección de la derrota política tiene que ver con algo que escribía Edmund Burke en sus "Reflexiones sobre la Revolución Francesa": "La adversidad es un instructor severo... En la lucha en su contra templamos los nervios, afilamos nuestras habilidades, aguzamos la inteligencia. Nuestro antagonista es nuestro aliado".