Wednesday, October 25, 2006

Clima helado

Javier Treviño Cantú
El Norte
25 de octubre de 2006

Cuando el Presidente electo, Felipe Calderón, llegue a Washington el 8 de noviembre para entrevistarse a la mañana siguiente con el Presidente Bush, en la capital de Estados Unidos sólo se estará hablando de una cosa: los resultados de las elecciones legislativas del día anterior.

La atención de los medios estará concentrada en el desenlace de lo que amenaza con convertirse en la peor derrota política para el Partido Republicano desde que retomó el control del Congreso en 1994. Pero, sobre todo, los reflectores estarán puestos en George W. Bush y la forma en que navegará el último tramo de su controvertido mandato.

A dos años de su reelección, pocos esperaban que el Presidente estadounidense y su partido enfrentaran un escenario tan desfavorable. Después de imponerse en 2004 al Senador John Kerry, las perspectivas eran muy diferentes: Bush y su arquitecto político, Karl Rove, parecían destinados a pavimentar el camino para que los republicanos mantuvieran el control del Congreso no sólo durante los siguientes cuatro años, sino en las próximas décadas.

Sin embargo, parafraseando a Lemony Snicket, "una serie de eventos desafortunados" alteraron todos sus planes. La fatídica respuesta al huracán "Katrina", y la desatinada nominación a la Corte Suprema de Harriet Miers, demostraron una grave falta de "sintonía" con sectores claves dentro de su Partido.

La alianza con la base conservadora que había llevado a Bush al poder empezó a resquebrajarse. Desafortunadamente (para nosotros), el tema que mostró las profundas divisiones internas fue la fallida reforma integral al sistema migratorio de Estados Unidos.

A principios de este año, la suerte política del Presidente Bush pareció cambiar. Después de la llegada de Condoleezza Rice al Departamento de Estado y el nombramiento de Josh Bolten como nuevo jefe de asesores, la caída en las encuestas logró detenerse. Pero no por mucho tiempo.

Nuevos "eventos desafortunados" han empañado el panorama electoral para los republicanos y el mandatario estadounidense. Primero fue la renuncia en junio del poderoso líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, Tom DeLay, involucrado en un caso de supuestas contribuciones ilegales a su campaña en Texas y el escándalo protagonizado por el cabildero Jack Abramoff.

Luego vino la publicación a principios de octubre del nuevo libro del periodista Bob Woodward, "State of Denial". A diferencia de sus dos libros anteriores sobre la administración Bush, en éste responsabiliza directamente al Presidente y a su grupo más cercano de colaboradores -entre ellos el vicepresidente Cheney y el secretario de Defensa Rumsfeld- por el desastre en que se ha convertido la incursión militar en Iraq.

Aunque fue criticado por su aparente ambivalencia, el impacto causado por el libro de Woodward, junto con el creciente número de soldados muertos y los reportes de corrupción por parte de funcionarios iraquíes con la complicidad de las autoridades estadounidenses, han convertido la guerra en Iraq en el tema más impopular en las campañas de los candidatos al Senado y a la Cámara.

Pero la puntilla resultó inesperada. El nuevo escándalo del representante republicano Mark Foley, quien fue descubierto enviando mensajes pornográficos desde su teléfono celular a jóvenes becarios en el Congreso, es lo que finalmente ha puesto en riesgo todo el andamiaje construido por el "gurú" Karl Rove.

Según el prestigiado "Cook Report", de enero a la fecha, el número de curules en la Cámara de Representantes que los republicanos corren el riesgo de perder, ha crecido de 18 a 48. Los demócratas sólo necesitan obtener el triunfo en 15 de ellas, por lo que casi se da por hecho que recuperarán el control de dicho cuerpo legislativo. Pero lo más grave para el Presidente Bush es que los republicanos también podrían perder la mayoría en el Senado, con lo cual el resto de su administración se vería seriamente afectada.

Sin apoyo legislativo para impulsar su agenda, bajo investigación por parte de diversas comisiones y con la lucha por las nominaciones para la próxima elección presidencial a la vuelta de la esquina, la Presidencia de George W. Bush podría estar en una posición de gran debilidad.

Al menos por dos razones, es una perspectiva preocupante. Primero, porque algunos países -desde Corea del Norte e Irán hasta Rusia y China- buscarán aprovechar la vulnerabilidad política de la administración Bush para obtener la mayor cantidad posible de concesiones por parte de Estados Unidos. Como lo hemos visto en el caso de la prueba nuclear norcoreana, el costo de oponerse a la superpotencia es algo que está sujeto a nuevos cálculos.

La segunda razón que debe inquietarnos es que, como en el dicho, el Presidente Bush seguramente no buscará quién se la hizo, sino quién se la pague. Y para eso, México está muy a la mano. En dos semanas podremos ver con mayor claridad cuáles son las consecuencias del resultado de las elecciones del 7 de noviembre. Pero lo que es muy probable anticipar desde ahora, es que cuando George W. Bush reciba al Presidente electo Calderón, el clima en la oficina oval de la Casa Blanca será muy frío, por no decir helado.

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