Friday, October 07, 2016

Javier Treviño y los avances en materia de educación en México

Una reforma con énfasis en el aprendizaje

Mensaje de Javier Treviño, Subsecretario de Educación Básica
Segundo seminario de profesores del Colegio Miraflores
23 de septiembre de 2016

El 15 enero de este mismo año, tuve la oportunidad de estar con ustedes en la primera edición de “Formándonos Trascendemos”.

Entre otras ideas, mencioné que el México educativo de hoy es más complejo que el de hace varias décadas.

También me referí al impresionante crecimiento de la educación en México, para pasar, en muy pocas décadas, de un sistema educativo básico que servía casi exclusivamente a las élites, a un sistema educativo abierto para todos los niños y jóvenes.

Este sistema aspira, sin descanso, a proporcionar las mismas oportunidades para todos, como mínimo, y las mejores oportunidades para quienes más lo necesitan, atendiendo a razones de equidad y de inclusión.

Como ustedes saben mejor que yo, cuando el Estado mexicano decidió, desde hace ya varias décadas, incursionar en el camino para cumplir con el objetivo de atención y educación para todos, se detonaron impresionantes desafíos en calidad.

Ése es el mayor desafío de casi todos los sistemas educativos del mundo: la calidad.

En países con severos desequilibrios socio-económicos, y con diversidad y riqueza cultural, el desafío de la calidad es monumental.
¿Por qué? Porque el Estado y la sociedad no sólo deben atender una aspiración a la calidad, sino hacer frente a los reclamos y aspiraciones de equidad e inclusión.

Es sencillo establecer en los planes de desarrollo y programas educativos sectoriales los ideales y objetivos de cobertura, calidad, equidad e inclusión. Decirlo es fácil. Implementarlo es extraordinariamente complejo, con tareas que con frecuencia se tornan imposibles en el corto y mediano plazo. (Decía uno de los gurús de la gestión de negocios que las estrategias son simples mercancías; el arte está en la implementación.)

Porque en la política pública de la educación, la autoridad no sólo lucha por avanzar en metas ideales sino que la función tiene que realizarse frente a grandes inercias o limitaciones como son los famosos desafíos estructurales, tales como la pobreza, inequidad, segregación; también a las restricciones  administrativas como los recursos limitados y decrecientes; y a los obstáculos culturales, como el rompimiento de hábitos y el reforzamiento de valores.

A estos desafíos estructurales se suma, en la vida de la política pública, otra realidad: las presiones políticas que provienen, en muchos casos, de arreglos y desarreglos de grupos de interés y líderes sociales y políticos de raíces muy profundas.

Por todo ello, yo veo a la Reforma Educativa impulsada por el Presidente Enrique Peña Nieto, como la mejor forma de acercarnos a las aspiraciones de calidad, equidad e inclusión, en un recorrido especialmente difícil porque, para decirlo en términos funcionales, la curva está cambiando de tendencia.

Esta Reforma Educativa, tiene un mérito que a mi parecer es permanente: el énfasis y el enfoque en el aprendizaje.
En esto, creo yo, no hay vuelta de hoja. Es además una tendencia mundial de largo plazo y alcance.

En la profundidad de la Reforma se reconoce, de alguna manera, que no sólo existen los estudiantes como tales sino aprendientes; que los maestros además de ser expertos en docencia son expertos en aprendizaje, siguiendo un viejo dicho del nuevo paradigma: “enseña menos; aprende más”.

En esta avenida, la Reforma también le coloca especial atención a las causas o factores que explican o predicen los resultados educativos.

Creo que todos hemos aprendido --y lo estamos tratando de encarar a través de la política educativa-- que tanto la pobreza como la abundancia, en los contextos de los estudiantes que asisten a la escuela, son cruciales para el trabajo pedagógico en la comunidad de aprendizaje.

En otras palabras, lo que sucede en los hogares  --tanto de pocos recursos como de muchos recursos-- es tan importante, o más importante, que las escuelas, ricas o pobres, para explicar el éxito o fracaso de los aprendizajes.

La escuela, pública o privada, no puede sola; y la pedagogía moderna, más orientada al aprendizaje que a la enseñanza --sin abandonarla por supuesto-- sabe que las grandes barreras para el aprendizaje de los niños y jóvenes antes de ingresar a las escuelas, día tras día, son la pobreza, la tensión tóxica ocasionada tanto por hogares con padres en condiciones de pobreza crónica, como por hogares con padres en condiciones de riqueza pero ausentes, negligentes o excedidos en sus expectativas respecto a sus hijos.
La fascinación por la educación también puede ser una trampa, cuando la cultura del hogar y de la escuela misma, no promueve un aprendizaje lúdico, fluido, divertido, armonioso y cooperativo.

El éxito en la educación de una escuela o de un sistema educativo no es si somos tan exigentes y competitivos que solo unos cuantos sobresalen; sino si somos tan pedagógicos y visionarios de manera que no unos cuantos brillen, sino que todos sean exitosos. Podríamos decir que el bienestar de mis hijos depende del bienestar de los hijos de mis vecinos.

Estimadas maestras y maestros:

Nada de mis actividades como subsecretario de Educación Básica de la SEP me da más gusto que tener la oportunidad de participar en sesiones en las que se reconoce el esfuerzo, la dedicación, la inteligencia de las maestras y los maestros.

No hay duda: vivimos momentos vertiginosos en educación. Las dos últimas décadas del siglo pasado se caracterizaron por cambios en todos los órdenes de la vida de México y el mundo. La educación no fue la excepción; al contrario, fue la punta de lanza de cambios radicales que pensamos eran signo de la época y serían la pauta a seguir por mucho años más.

A la luz de hallazgos muy recientes en las ciencias que impactan sobre los quehaceres de la educación de niños y jóvenes, la educación y el aprendizaje siguen cambiando.

Ahora, en el segundo quinquenio de la segunda década del siglo XXI, me pregunto si dichos cambios, que vimos como definitivos en el siglo pasado, no fueron más que un aperitivo del platillo principal de hoy y de mañana.

Estamos aprendiendo muchas cosas nuevas que debemos llevar a la política educativa.

Primero, que el hogar, la familia, y lo que en ella sucede, es extraordinariamente importante para explicar y predecir el desempeño educativo.

Segundo, que dentro de los factores propios de la escuela, el docente es el más importante para el desempeño de los niños y jóvenes.

Tercero, que la comunicación entre la comunidad de la escuela y su entorno externo es crucial para permitir que la pedagogía se potencie.

Ahora sabemos también, y la educación en el mundo empezará a cambiar en ese sentido, que nuestra definición de aprendizaje tendrá que ampliarse a conceptos que van más allá de las pruebas estandarizadas.

No hay desempeño sin niños ni maestros. Y antes que el desempeño están los niños y maestros.

Y los niños y maestros tienen historias --como todos las tenemos-- sobre lo que nos gusta y no nos gusta hacer, estudiar, enseñar y aprender.

Y en ese sentido, hemos aprendido en el campo de la educación, que las emociones y, en general, que las habilidades no cognitivas son extraordinariamente importantes para aumentar el desempeño de niños y maestros.

Queremos niños y maestros felices en las escuelas; queremos que antes que sepan responder pruebas estandarizadas, amen la escuela, les encante explorar y aprender, lleguen al salón de clases listos para iniciar una jornada divertida, compartida, entretenida y, también, cognitiva. El cerebro aprende mejor cuando se divierte, cuando juega, cuando coopera, cuando socializa, cuando se desafía.

Hay dos formas de ver a la educación: por sus resultados o por sus procesos. Los dos son importantes. La obsesión por el resultado le quita la esencia al proceso de aprendizaje. Ni la falta de uno ni el exceso del otro. Queremos construir fabulosos ambientes de aprendizaje en la escuela y los queremos con rumbo. Es ahí donde los maestros y directores, con el apoyo de la comunidad ampliada de la escuela, son cruciales.

Vivimos épocas nuevas, a veces parecen una vorágine que nubla el camino a seguir. Sin embargo, nunca perderemos el rumbo si lo que promovemos en nuestras escuelas --y en el sistema educativo-- es la cooperación en lugar de la competencia; el esfuerzo en lugar de comodidad; la exploración en lugar de la estructura; la diversión en lugar del aburrimiento; la innovación en lugar de la repetición; el entusiasmo en lugar de la obligación.

Nuestro gran desafío para las décadas que vienen no es cómo hacer y tener las mejores escuelas del mundo, sino cómo lograr que nuestras escuelas entusiasmen a los niños y maestros para una vida de aprendizaje. Si los niños y maestros llegan a las escuelas con entusiasmo, compromiso, saludables, centrados todos en el bienestar y felicidad de los niños, el desempeño subirá como la espuma.


Muchas gracias.